Descripción
En París y alrededores en 1850
ACTO I:
Casa de Violeta.
En el salón de Violeta, la «Dama de las Camelias» y también la cortesana más codiciada de París, se celebra una magnífica fiesta. El anfitrión se dirige a un grupo de recién llegados: el marqués de Orbigny, del brazo de Flora, y el barón Douphol, con sus obvios e inútiles intentos de llamar la atención de Violeta. De repente aparecen dos caballeros: Gastón, un joven noble, que presenta a su amigo Alfredo Germont.
Gastón le informa a Violeta que Alfredo no dejaba pasar un día sin preguntar por su salud, durante su larga enfermedad, de la que acaba de recuperarse.
Violeta se levanta para proponer un brindis, pero ante la negativa del barón, la proposición recae en el novicio Alfredo, quien, a ritmo de vals, rinde homenaje a la hospitalidad, la belleza femenina y, sobre todo, al amor. Violeta se deja llevar por sus emociones y el joven le insinúa sus sentimientos. Violeta promete volver a verlo al día siguiente.
La fiesta terminó y el nuevo día se avecinaba, Violeta, Sola, intenta detener los pensamientos en su cabeza: algo nuevo la ha invadido y la llena de miedo, quiere huir y esconderse en el delirio de la existencia que la ha traído a ese momento, en la turbulencia del sin sentido "goce de la vida".
ACTO II
Escena I
La casa de campo de Violeta, no lejos de París.
Los dos amantes escapan de la presión de la vida en sociedad y se mudan a la casa de campo, a las afueras de París. Alfredo conoce a Annina, la fiel criada de Violeta, quien acaba de regresar de un viaje. Ella confiesa haber ido a París por orden de su ama para cambiar algunas de sus valiosas posesiones por dinero. Alfredo, quien hasta entonces había vivido feliz y despreocupado, decide regresar a París de inmediato para reunir el dinero que Violeta necesita a toda costa.
Entonces llega el padre de Alfredo a la casa de campo. Le pide a Violeta que se aleje de su hijo, ya que su hija no podrá comprometerse con un hombre de buena familia, como está a punto de hacer, si Alfredo insiste en vivir con una cortesana. Aunque Violeta no puede imaginarse vivir sin Alfredo, acepta sacrificarse y escribe dos cartas: una al barón Douphol, rindiéndose a sus inquebrantables exigencias, y otra a Alfredo, en la que le expresa su deseo de volver a su vida anterior.
Alfredo regresa y, destrozado por la noticia y al encontrar la invitación de Flora al baile que tendrá lugar esa noche en su casa, decide asistir y parte en busca de su amada.
Escena II.
Sala de estar en casa de Flora.
Un grupo de hombres y mujeres disfrazados habla sobre la separación de Alfredo y Violeta. Alfredo llega y, sentado a una de las mesas, juega con locura, ganando con asombrosa persistencia. Cuando Violeta llega del brazo de su nuevo amante, el barón Douphol, Alfredo alude a su extraña suerte, diciendo que es apropiada, ya que se necesita mucho oro para comprar los favores de una mujer perdida. La joven sufre la ofensa en silencio. Más tarde, Alfredo termina lanzándole a la cara una bolsa llena de monedas y reta al barón a duelo. El padre de Alfredo llega buscando a su hijo y, al descubrir el escándalo, reprende duramente a Alfredo por su inexcusable comportamiento, diciéndole que Violeta no merecía tal trato, ya que se había sacrificado al seguir sus exigencias y solo por su felicidad. Cuando Alfredo descubre la abnegación de su amada, se esconde vergonzosamente en los brazos amorosos de su padre.
ACTO III
Alcoba de la casa de Violeta
Violeta está acostada ya que la terrible enfermedad en su pecho la mantiene postrada en cama ya por unos días. El doctor entra, la ayuda a levantarse, la acompaña a un diván y le dice a Annina en confianza que a su señora solo le quedan unas pocas horas de vida. Una carta al señor Germont informa a Violeta que su hijo salió ileso del duelo con el barón Douphol y que irá a visitarla para implorar su perdón.
Alfredo finalmente llega y se arroja apasionadamente a sus brazos. La tierna conversación que mantienen, con el exceso de emociones añadidas, solo apresura el inevitable final para Violeta. En un violento ataque de tos, expira dulcemente en los brazos del único hombre que alguna vez amó realmente. Alfredo derrama amargas lágrimas de dolor, mientras el doctor y Annina reúnen una oración por el alma de la infeliz pecadora que, si bien pecó mucho, también amó mucho.